miércoles, 26 de diciembre de 2018

¡FELIZ NAVIDAD!

Cristo nace en las ruinas
A quienes visitan este rincón, a cuantos leen estas páginas a lo largo del año, a ti que te detienes con benevolencia para mirar estas líneas en este momento, deseo la más feliz Navidad y me permito enviar un afectuoso abrazo, esperando que estas fiestas y también el año venidero nos deparen a todos paz, alegrías y bendiciones.

jueves, 25 de octubre de 2018

EN SUEÑOS

«Joven dormido» / William Dobell
 
Los sueños refieren a un enigmático mundo interior que cada persona lleva consigo. Los míos me divierten y me extrañan al mismo tiempo. A menudo logro recordarlos tras despertar y, si tengo ocasión, los anoto.

Aventuras de todo tiempo y circunstancia, situaciones extravagantes o de ambigua familiaridad, presencia permanente de todo mi bagaje de conocimientos y experiencias —desde personajes de cómic hasta “enemigos intelectuales” de otros siglos que asoman sin invitación—, escenarios urbanos que se repiten, recuerdos de otros sueños dentro del sueño, poderes que voy 'dominando' con el paso del tiempo... Es una vorágine a veces agotadora.

Según parece, el caso ha ido recrudeciendo en intensidad, porque mi otrora pacífica manera de dormir ha desarrollado gestos corporales —ya me han visto levantando brazos y mascullando palabras—. Anoche mismo pasé una áspera velada sentado a la mesa con Carlos Marx y familia (suya y mía) en una casa que frecuenté durante mi adolescencia... No sé si contarlo a un psicólogo o a un guionista...


«Träume» (1857) / Richard Wagner, ciclo de canciones sobre poemas de Matilde Wesendonck

miércoles, 3 de octubre de 2018

El amor (según un inglés del siglo XVI)

Waterhouse
«El Alma de la Rosa» (John William Waterhouse)
“—Qué pacífica sería la vida sin amor, Adso.
Qué segura. Qué tranquila... y qué aburrida.”

(Fray William de Baskerville en “El Nombre de la Rosa”)

Ha pasado un tiempo desde mi última entrada en esta página. El tiempo se me ha vuelto un bien muy escaso, pero no equivale a olvido. Esta vez haré una visita breve para colgar una canción isabelina (Renacimiento inglés) que me conquistó cuando la conocí, gracias a la mediación inesperada de Sting en cierto famoso disco que dedicó a John Dowland.

Pero la canción no es de Dowland sino de Robert Johnson (* c.1583 — † c.1633). Sting la incluyó porque le gustó mucho. Fue un acierto.

Se llama Have you seen the bright lily grow?, y es una canción de amor impregnada de nostalgia. La bella melodía se dedica a resaltar el texto. Y aquí es donde se apoya mi fascinación por esta pieza.

Supongo que todos habremos sentido esa emoción trascendental, el amor, no de manera abstracta sino encarnada en alguien que nos haya robado el corazón. Bendición temible... Quedamos expuestos, inermes, a pesar de cuanto hagamos; y el destino tiene sus jugarretas. Cualquiera sea el curso que sigan los acontecimientos, todo aquello puede originar canciones que llegan a ser inmortales. Porque sin importar el lugar o la época, el amor es una de nuestras grandes constantes.

En este caso de hoy, la canción emplea uno de los recursos expresivos más perdurables: la comparación. El poeta intenta comunicarnos el deslumbramiento que siente ante la mujer que lo cautiva, y para eso enumera imágenes que, a su manera, suponen una sorpresa o un instante de gracia:

“¿Has visto crecer un lirio radiante, antes que manos toscas lo hayan arrancado?

¿Has notado la nieve al caer, antes que la tierra la haya manchado?

¿Has palpado la lana del castor o las plumas del cisne?

¿Has respirado la fragancia del nardo en el fuego, o probado el sabor de la miel?

¡Oh!, tan blanca, tan suave, tan dulce: ¡así es ella!”

Esa última frase, que nos revela el sentido de todo lo mencionado previamente, está cantada en un ascenso que culmina en una nota que parece interminable, para, tras una pausa fugaz, resolver en la palabra she (ella)... Incomparable. Una de mis canciones favoritas, porque su edad de 400 años no es importante. Importa, sí, que refleja hoy como entonces, con total actualidad, lo más hermoso que otorga el amor: el deslumbramiento, el hallazgo de alguien único. Como un destello de luz en un mundo generalmente opaco.


Mágica interpretación de Valeria Mignaco y Alfonso Marín (Lutevoice)

sábado, 2 de junio de 2018

GUSTAV HOLST

Gustav Holst
Gustavus Theodore von Holst

Recordábamos el pasado 25 de mayo al compositor inglés Gustav Holst (* Cheltenham, 21 Sep. 1874 — † Londres, 25 Mayo 1934). Holst es uno de los músicos británicos que ha perdurado en el repertorio, sobre todo gracias a la suite “Los Planetas”, compendio de siete cuadros sinfónicos que deslumbran con su imaginación instrumental y originalidad temática.

La aceptación clamorosa que alcanzó esta suite, sin embargo, condenó a su autor a la célebre lista de los “compositores de una obra maestra” (lo que en música popular serían One-Hit Wonders), esto es, los creadores de alguna pieza cuyo éxito eclipsa al resto de su producción. Esta categoría funciona para el público menos familiarizado con la música clásica, puesto que auditores con más experiencia saben muy bien que Ravel es más que su Bolero, Dukas más que su Aprendiz de Brujo, Vivaldi más que Las Cuatro Estaciones... y Holst más que sus Planetas.

Precisamente esa parcela de su producción que merece ser mejor conocida es la que quiero incluir en esta breve nota. Holst trabajó en la “St. Paul’s Girls’ School” de la capital británica, ejerciendo como director musical desde 1905 a 1934 (año de su muerte). Compuso varias obras para la orquesta estudiantil del lugar, siendo la más famosa la “Suite St. Paul”. El cuarto y último movimiento es un arreglo para cuerdas de la “Fantasía sobre el Dargason”, pieza que originalmente escribió para orfeón militar. Este Dargason es una melodía popular, una variación del celebérrimo Green Sleaves; y es que Holst fue un apasionado folklorista.

Aquí dejo una versión de esta pieza, para que disfrutemos al gran Holst:

jueves, 12 de abril de 2018

STRAVINSKY :: Consagración de la Primavera

Stravinsky por Picasso
Ígor Stravinsky dibujado por Pablo Picasso

Se cumplió días atrás un nuevo aniversario del deceso de un creador fundamental para entender la música contemporánea, el ruso Ígor Fiódorovich Stravinsky (* Oranienbaum, 17 Jun. 1882 — † New York, 6 Abr. 1971). Fallecido con 88 años de edad, su dilatada existencia abarcó la mayor parte del siglo XX, sobre el cual influyó activamente.

Aunque Stravinsky tuvo una capacidad proteica de adaptación y asimilación que le permitió cultivar los más variados estilos musicales, y aunque su currículum lo acredite como autor de numerosas obras maestras, su nombre se hallará siempre ligado a una de sus genialidades tempranas: la irrepetible música escrita en París para La Consagración de la Primavera —1913— por encargo de los Ballets Rusos de Sergéi Diagilev.

stravinsky bailarinas
Sería demasiado extenso comentar la siembra de novedades que el ruso prodigó en su partitura. Basta decir que fue una genuina revolución, violenta y escandalosa. Una andanada de artillería pesada lanzada contra la mojigatería cultural de los snob para, como el mismo Stravinsky espetó, “mandarlo todo al diablo”. Nunca antes la orquesta se había convertido en una máquina de ritmos salvajes, de urgencia visceral. Me ciño en esto a la síntesis de Malcolm Hayes [revista Audioclásica nº 22, pp. 52-53]:
“Como convenía al tema étnico, no clásico de La Consagración de la primavera, su lenguaje rítmico era diferente: pesado, sin descanso, sísmico y subversivo.

Lo más interesante de la partitura, sin embargo, es cómo consigue esta cualidad sísmica. El uso de la percusión como tal por Stravinsky es bastante parco, aparte de una batería de timbales (en una compleja disposición que requería dos músicos). En vez de eso, despliega a toda la orquesta como una sola unidad percusiva. Cuando trabajaba en la partitura con el piano (como siempre hacía), se encontró a sí mismo explorando el efecto de los acordes superpuestos en diferentes claves; literalmente, con una clave en la mano derecha y otra en la izquierda.

Estas combinaciones de acordes, según pudo darse cuenta, eran unidades de material musical en bruto que podían impulsar complejos ritmos irregulares que estaba buscando de forma instintiva. [...] Los acordes superpuestos de la coral Zvezdoliki (El rey de las estrellas), compuesta justo antes de La consagración..., son un antecedente directo de la idea, pero evocan una quietud mágica y visionaria. Stravinsky se dio cuenta de que se podía utilizar el mismo artificio con un fin completamente opuesto: el desencadenamiento natural del ritmo. Ése fue su toque genial.


El estreno de la obra provocó el mayor escándalo de la historia musical reciente (el segundo de esa lista también sucedió en París, cuando Wagner estrenara allí su Tannhäuser). La provocativa coreografía ideada por Nijinsky concentró repudios y fervores, lo mismo que la propuesta musical inaudita que acompañaba la escena. Estoico, el joven director Pierre Monteux dirigió con absoluto compromiso y sin importar la trifulca que campeaba a sus espaldas, con pugilatos, gritos, silbidos y asistencia de la fuerza pública. Stravinsky debió abandonar el teatro por la puerta trasera... pero acababa de entrar en la historia de la Música por la puerta principal.

Vayamos a la música, que les dejo en tres versiones de YouTube. Son tres versiones que resumen un entretenido intercambio con Elgatosierra y Mahlerite-Shosta, dos amigos que saben dar siempre las mejores recomendaciones:

—Primero, la versión de Evgeny Svetlanov con la Orquesta Sinfónica de la URSS (1966) en la primera grabación de la obra de Stravinsky en Rusia soviética, tras ser levantado el veto gubernamental en su contra. Aunque el maestro Svetlanov pudiera parecer fuera de su territorio con este compositor, lo cierto es que logra un acierto espléndido, en parte gracias a la muy eslava mezcla de tosquedad, energía, lirismo y color instrumental:


—En seguida, la versión legendaria de Pierre Boulez con la Orquesta de Cleveland (1969). Está considerada con justicia una de las mejores grabaciones de la obra. Boulez dirigió (y grabó) varias veces La Consagración..., con distintos voltajes según sus años y según la orquesta que lo acompañara en la aventura. Siempre resalta la fenomenal precisión y claridad de Boulez para desenmadejar las combinaciones rítmicas y permitir que la música aflore con sus propias emociones:


—Y por fin, dejando varias alternativas que no encontré disponibles, la interpretación extraordinaria de Karel Ancerl con la Orquesta Filarmónica Checa (1964). El nivel y la inspiración de esta combinación artística nos legaron una referencia:


¡Disfruten, amigos!

sábado, 7 de abril de 2018

MENDELSSOHN · PAULUS op. 36 · Masur, Janowitz, Adam etc.

San Pablo Escultura de San Pablo Apóstol en la Basílica de San Pedro, Vaticano

Abordemos la temática sagrada que la época amerita. En esta ocasión les propongo el Oratorio “Paulus”, op. 36, del insigne Félix Mendelssohn (* Hamburgo, 3 Feb. 1809 — † Leipzig, 4 Nov. 1847).

 

La fe de los románticos

La espiritualidad del Romanticismo no se avino con fronteras teológicas, como era de esperarse, y en cambio demostró una particular sensibilidad a la noción de Misterio. Aflora unas veces como místico deslumbramiento ante el Cosmos, guardando distancias con la precisión teológica —antecedente claro asoma en los oratorios de Haydn, en especial La Creación.

Otras veces prolonga esa especie de “humanismo trascendente” que vibra con tanta fuerza en obras de Beethoven Novena Sinfonía, Missa Solemnis y en donde la concepción de lo divino se emancipa de un credo específico, o incluso, como en su mejor heredero, el Réquiem Alemán de Brahms, se evita cuidadosamente. El ansia liberadora que pugna en los artistas del período escapa también de marcos litúrgicos —como en la desmesurada Gran Misa de los Muertos del no menos desmesurado Berlioz— convirtiendo oficios religiosos en verdaderos conciertos —la citada Missa Solemnis, la Misa Húngara de la Coronación, de Liszt, el Te Deum de Berlioz, la Misa ‘Freischütz’ de Weber, que reelabora melodías de su popular ópera, entre otros ejemplos—, mezclando lo sacro, lo profano y lo legendario o hasta representando el sentimiento religioso por medios puramente instrumentales, como hizo Schumann en el cuarto movimiento de su Sinfonía nº 3, inspirado por la Catedral de Colonia.

Por su parte, Mendelssohn tuvo la rara capacidad de “innovar a partir del pasado”. A su facilidad para conjurar el mundo feérico, a su elegancia y su fluidez melódica, Mendelssohn añadía vínculos de admiración profunda hacia Johann Sebastian Bach. Su maestro, Carl Zelter, tuvo mucho que ver; pero también influía la muy reciente conversión de la familia al protestantismo, una decisión pragmática con miras a sacudirse los prejuicios asentados contra los judíos y ocupar un sitio en la élite alemana. Por lo mismo, los Mendelssohn nutrieron los vínculos con la identidad religiosa de su país de adopción. Y la música sacra de Bach es un hito absoluto de tal repertorio.

Felix Mendelssohn, en consecuencia, creó obras de inconfundible carácter romántico que también guardan reverencia por las formas y la tradición. Su portentoso talento logra brillar pese al corsé del convencionalismo. Nos legó dos Oratorios, el primero de ellos sobre un judío converso, nada menos: Saulo de Tarso, más tarde venerado por los cristianos como San Pablo Apóstol.

El oratorio Paulus, op. 36, es la obra que les invito a escuchar en esta ocasión. Sus intérpretes: Gundula Janowitz, Rosemarie Lang, Hans Peter Blochwitz, Theo Adam, Gothart Stier, Hermann Christian Polster, el coro de la Radiodifusión, el coro de niños y la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, todos dirigidos por Kurt Masur.

La maravillosa aria «Jerusalem, Jerusalem, die du tötest die Propheten», sólo una muestra de la hondura y belleza que podía alcanzar Mendelssohn
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MP3 ABR ~224 kbps | 48 kHz | 41 tracks | .7z 205,8 MB

martes, 3 de abril de 2018

In Memoriam BRAHMS

BrahmsJohannes Brahms fotografiado por Fritz Luckhardt (1882)

Un 3 de abril de 1897, sábado, falleció en Viena Johannes Brahms, víctima de cáncer al hígado. Muchos consideran que su muerte cierra todo un ciclo de la música: con él se despiden los antiguos linajes artísticos que remontaban a Bach, Schütz o aun antes, cultores de un “artesanato inspirado” que abarcaba lo cotidiano y lo sublime, en acatamiento a una tradición considerada un tesoro para nutrirse uno mismo y al cual aportar nuevos caudales.

Con la desaparición de Brahms, la música alemana seguiría principalmente la estela grandiosa de Wagner y llegaría a los límites de la tonalidad, hasta romper con todo en la revolución de Schönberg mientras el antiguo mundo europeo se venía abajo con cruentas guerras mundiales.

* Respecto de lo anterior, acotó mi amigo Carlos Sala, “aun así, Schoenberg lo tomaba como modelo para el trabajo temático y de la variación constante. Intérpretes de música del siglo XX, recomiendan cantar Schoenberg con la misma carga emocional que hacen con Brahms”.

Yo soy un brahmsiano, y eso ustedes ya lo saben (también un schubertiano, lo cual es perfectamente afín). Hoy es un día para escuchar alguna de las cuatro sinfonías del barbudo maestro de Hamburgo, y para repetir la famosa divisa de la música germana: Bach, Beethoven y Brahms.

 

jueves, 22 de marzo de 2018

Bach 333

Bach Eisenach casa natalDormitorio en la casa natal de Johann Sebastian Bach / Eisenach

333 años se cumplieron del nacimiento de uno de los compositores más grandes de la Historia (y habrá quien pueda argumentar buenas razones para concederle el podio supremo). Aunque uno pueda ser “devoto de otros altares” en la música, al final todos los caminos vuelven a Bach. Condensó la tradición precedente, la reformuló y sentó la base de todo lo que se hizo después; así de tremendo es su legado. Para mí sigue siendo una aventura de descubrimiento (no domino la obra integral de Bach... ¡cómo podría!) que siempre depara hallazgos. Considerando que la meta de su esfuerzo creativo fue nada menos que Dios, se comprende mejor que, de algún modo, su producción tenga esas misteriosas cualidades de intemporalidad e infinitud.

Para recordar al inmortal maestro de Eisenach, les comparto el video en que Magdalena Kozená canta un aria de la Cantata 30, recreando un episodio imaginario (que todo músico habrá soñado alguna vez...).


miércoles, 7 de marzo de 2018

CHOPIN :: 4 Baladas & 3 Nocturnos en un piano de 1848

Chopin RadChopin dando un recital para el Príncipe Antoni Radziwiłł

Arriba vemos un famoso cuadro de la juventud de Chopin. El gran músico toca el piano para su protector, el Príncipe Radziwiłł. ¿Qué sonido imaginamos para la escena? No parece tan difícil: un piano solista. Casi, casi, pero el piano de esos años (hacia 1830 o 1840) aún no era el gran piano moderno, ni tampoco el piano que tocaron Mozart o Beethoven — ese pianoforte que hoy vuelve a sonar gracias a la música historicista.

No, el de la escena es el tipo de piano que se empezaba a construir en Francia, con los adelantos técnicos patentados por constructores geniales como Pleyel o Érard. Un instrumento cada vez más distante del pianoforte y más cercano al extraordinario ejemplar de las actuales salas de concierto. La “entraña” misma del piano estaba consolidada; faltaban adecuaciones menos estructurales que mejorarían su sonido, su volumen, sus riquísimos matices.

Como existe gente con curiosidad muy afortunada, hoy podemos oír ese piano “intermedio” que dominó maravillosamente el músico polaco. Alguien del Instituto Fryderyk Chopin (Polonia) se planteó traer un músico de excepción a interpretar algunas obras del compositor en un piano francés muy semejante a los usados por él mismo en su tiempo, piano que ellos habían adquirido en 2005 a una colección particular. Así fue como el brillante pianista argentino Nelson Goerner (1969—) acabó interpretando las cuatro Baladas y tres Nocturnos de Chopin en un piano construido por la Real Factoría de París en 1848. El instrumento, de 82 teclas [6 menos que el teclado actual], está en perfecto estado, al punto de conservar prácticamente la totalidad de su mecanismo original. Es un agrado oírlo. Al hacerlo, notarán esas mínimas diferencias a que aludía antes, pequeñas, pero aun perceptibles y que dan un color diferente al sonido.

Goerner por su parte brinda una demostración de buen pianismo, toca con clase, claridad y expresividad, cuidando el carácter de las piezas: más franco, épico y audaz en las baladas, más íntimo y lírico en los tres nocturnos:

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MP3 CBR 224 kbps | 48 kHz | 7 tracks | .7z 81,9 MB

jueves, 1 de marzo de 2018

Feliz cumpleaños Monsieur CHOPIN

ChopinRetrato de Fréderic Chopin / óleo sobre lienzo de Ary Scheffer

208 años desde el nacimiento de Fryderyk Franciszek Chopin, al que conocemos mejor en la versión francesa de su nombre: Frédéric.

Maestro de la música para piano, este compositor polaco-francés no ha conocido nunca el olvido, sin importar lo mucho que hayan cambiado gustos y estéticas musicales en dos siglos.

Su refinamiento expresivo, su extraordinario y audaz talento para la armonía y su estupendo don melódico han causado admiración tanto en el público como también –y eso ya es más difícil– en sus colegas. Chopin es uno de esos pocos casos de creadores cuyo estilo esencial perdura intacto desde el principio hasta el final de su producción, como si desde un comienzo tuviera muy clara idea de la música que iba a crear.

Fue vanguardista en su momento, como correspondía a un romántico; pero a la vez un devoto admirador de Bach que conocía de memoria gran parte de la obra para teclado de este último. Su famosa serie de Preludios en los 24 tonos homenajea la colección que creara mucho antes el genio barroco bajo el mismo argumento.

Hay constancia de que Chopin heredó el talento pedagógico de su padre, llegando a ser un estupendo maestro; pero sus vínculos con los salones parisinos pulieron su ingenio, que lucía en comentarios tan elegantes como viperinos. A su favor hay que decir que las observaciones sobre sus colegas solían ser ciertas...

Con Chopin, el piano logró una expresividad avasalladora y revolucionaria combinada con un lirismo confesional; un triunfo que prácticamente nadie alcanzó antes salvo Beethoven (y con el perdón de Schumann). Como los grandes, el polaco supo encontrar el difícil equilibrio entre fondo y forma: su romántica vehemencia emocional no era ajena a un meticuloso control, evitando siempre el derroche inútil o el exhibicionismo vacuo.

Saludemos a uno de los maestros incontestables del piano oyendo uno de sus Nocturnos en la inimitable versión del gran Claudio Arrau:

miércoles, 28 de febrero de 2018

Un momento fuera del tiempo: SCHUBERT ›Andantino‹ de la Sonata en La Mayor D 959

Gafas originales de Franz Schubert
 

Si algo le debo a la Música, es que me permita tan a menudo estremecerme de Asombro. Y en esto tengo el mejor Seguro de Vida que haya contratado nunca. Esta posibilidad, además, opera como remedio contra la amargura, e incluso como freno contra la vejez. ¿Qué más juvenil que el entusiasmo? Tomen nota de eso, amigos míos, y “automedíquense”: permitan que la Música los arrebate.

* Advertencia de “usuario frecuente”: ni el asombro ni demás tónicos descritos en el párrafo anterior se traducen como alegría facilona ni simplona. El auténtico arte no elude la vida tal como es, con sus alturas, sus llanos y sus abismos. Lo que hace es transmutar esa misma vida. Veamos a Mozart, maestro de una alegría dorada que nos legó también la primera gran escena de terror —me parece— de la ópera moderna en la aparición del Convidado de Piedra, el Commendatore que irrumpe al final de la ópera Don Giovanni como ejecutor inexorable de justicia divina.

SchubertCon Schubert sucede otro tanto. Ese genio austríaco al cual me estoy volviendo cada vez más adicto volcó en la música toda la tristeza de quien sabe que está condenado a morir muy pronto (padecía una enfermedad incurable para su época). Pero supo convertir tamaña angustia en música tan conmovedora, que puede detener los relojes. Eso me sucedió por ejemplo al toparme con el Andantino en Fa sostenido menor, segundo movimiento en su Sonata en La Mayor D 959, una de las tres últimas sonatas compuestas por el genio — publicadas a título póstumo muchos años después.

Se repite una y otra vez que Schubert fue quizá el mejor melodista de la historia. Una afirmación muy, muy probablemente cierta... pero que uno no entiende de veras hasta que oye melodías como las de este Andantino, que parece venir desde otra esfera. Música de una tristeza infinita, endulzada con grandes dosis de ternura, interrumpida por una rebelión que agita con violencia la partitura, para finalmente ceder a la resignación...

Les comparto la versión conmovedora del gran Wilhelm Kempff:

domingo, 25 de febrero de 2018

BEETHOVEN :: Sonata ‘Patética’ & Sinfonías 1 y 8 en arreglos para Quinteto de Cuerdas

Beethoven paseandoBeethoven dando un paseo por el campo

En alguna entrada previa comenté que la Música de Cámara significa un reto sólo al alcance de genuinos maestros. Esto, porque es un género desprovisto de “maquillaje” que pueda disimular la verdad de la música. El lenguaje se reduce a lo esencial, desnudo de oropeles, y el mensaje del compositor, cuando la obra es buena, adquiere una particular potencia artística. Más o menos como la fotografía en blanco y negro puede ser mucho más expresiva y reveladora gracias precisamente su minimalismo cromático.

“Genuinos maestros”, dije. Justo lo que fue Beethoven. Absorto en una introspección forzosa debido a su sordera, el genial músico alemán dejó buena parte de sus mejores páginas escritas para grupos de cámara —escribiendo para este género lo sorprendió la muerte—. Su potencia expresiva lograba aquí una mayor concentración y su dominio formal quedaba mejor expuesto.

Estas cualidades permitieron también el éxito de su música en arreglos para conjuntos de cámara, costumbre en boga a partir del siglo XVIII en adelante, luego que Haydn fijara el canon del cuarteto. En efecto, cuartetos de cuerda o formaciones similares eran frecuentes por su mayor facilidad de constitución y adaptabilidad a espacios domésticos, palaciegos o de casi cualquier otra índole social. Era un tiempo que desconocía nuestra moderna facilidad para escuchar música; por consiguiente, adaptaba la música a los medios con que contaba. Beethoven nunca se molestó con estas adaptaciones, que le significan un extra a sus bolsillos; él mismo realizó transcripciones de sus obras más solicitadas a nuevos formatos, o confiaba esta tarea a discípulos dotados como Ries o Czerny.

Hoy les comparto tres arreglos para Quinteto de Cuerdas (dos violines, dos violas y violoncello). Son reducciones hechas en vida del compositor, publicadas sin mención del arreglista. Las piezas propuestas: Sonata “Patética” / Sinfonía nº 1 en Do mayor / Sinfonía nº 8 en Fa mayor. Interpreta el excelente Locrian Ensemble. ¡Disfruten!:

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MP3 CBR 256 kbps | 48 kHz | 11 tracks | .7z 128,1 MB

jueves, 22 de febrero de 2018

‘¡Ayúdeme usted, compadre!’ – Arreglos de Silcher para promocionar la música de Beethoven

Friedrich Silcher
 

El caso Beethoven

Europa atravesaba un cambio de paradigmas en el tránsito del siglo XVIII al XIX, y Beethoven fue el gran artista de ese momento.

Inspirador del Romanticismo, empero no fue un romántico. Hijo del Siglo de las Luces, tampoco fue un clásico de pura cepa. Integra parcialmente la tríada del clasicismo vienés junto a Mozart y Haydn; no obstante, tuvo la persistente audacia de desafiar los cánones “sagrados”.

Su “domicilio estético” aúna elementos de ambos estilos: es un particular acuerdo entre la libertad y el dominio formal, entre el arrebato de emociones impetuosas y un férreo control de la manera en que dichas emociones se han de expresar. Batallaba con tenacidad (como delatan sus borradores) puliendo la forma musical, concepto que será descuidado por la mayoría de los románticos. Además, a diferencia de éstos, el Sordo no quiso convertir la música en un mero confesionario emotivo, sino en vehículo de expresión para ideales que pudieran elevar a la humanidad.

Por esta alquimia tan única, el nombre de Beethoven despertó en su momento malentendidos, reticencia, incluso antipatía. Goethe, por ejemplo, otro monumento de la cultura alemana, era reacio al aplauso cuando se trataba del compositor; no dudaba de su genio, pero no sabía cómo interpretarlo. Otro ejemplo lo ofrece el zig-zag de la Novena Sinfonía: verdadera revolución de su género, fue recibida exitosamente en su estreno vienés... para luego ser evitada durante años como cosa rara. Hubo que esperar a la llegada de un Berlioz y un Wagner para descubrir al público la trascendencia de la composición.

A Beethoven le daba igual: su audacia no dejó de crecer jamás. Baste recordar la “Gran Fuga” que culminaba originalmente el Cuarteto nº 13 en Si bemol para asombrarse del poco caso que el compositor hacía de las convenciones de su tiempo.

 

Para qué están los amigos...

Aunque la propuesta beethoveniana causara estas reacciones, tampoco se puede discutir su popularidad. El genio tomó por asalto no sólo a la sociedad vienesa sino a su propia época. Buena parte de su fama la debía a su impresionante calidad como pianista e improvisador, cierto, pero un halo legendario, muy al gusto del momento, lo había acompañado desde su mismo arribo a la capital austríaca. Y a medida que nuevas generaciones fueron apareciendo en escena, Beethoven fue encontrando un eco mayúsculo. Su figura fue admirada por compositores contemporáneos (Méhul, Boïeldieu, Hummel, Cherubini...) y venerada por los sucesivos (Ries, Schubert, Paganini, Mendelssohn, Liszt...).

Sobre todo estos últimos sintieron la necesidad de desafiar la incomprensión que todavía experimentaba la obra de su ídolo y echar abajo las puertas cerradas.

Mendelssohn piano Goethe BeethovenMendelssohn solía tocar el piano para Goethe. A veces introducía en su repertorio la música de Beethoven sin previo aviso, para forzar amistosamente la reticencia del anciano genio contra el compositor.

Cierto compositor muy poco conocido en el ámbito latino pero todavía vigente en la cultura alemana es Friedrich Silcher (1789-1860). Su principal legado lo dejó en el ámbito de la canción popular. Hasta hoy se cantan los arreglos que hizo de temas y poesías folklóricas como “Lorelei”, “Am Brunnen vor dem Tore” o “Yo tenía un camarada”. Amigos de Beethoven fueron maestros de Silcher, como Kreutzer y Hummel. Es seguro que compartía con ellos la admiración al gran compositor de Bonn. La mejor prueba es la colección de canciones que creó a partir de música beethoveniana, para atraer así la atención del público hacia esas creaciones.

En 1971 el barítono Hermann Prey y el pianista Leonard Hokanson grabaron para el sello Archiv un LP con estos arreglos de Silcher. La correspondencia entre la canción y su origen es como sigue:


Título
Origen de la Melodía
Das Auge der Geliebten
Sonata para piano Op.13 “Patética”
An die Nacht
Sonata para piano Op.57
Sehnsucht
Sonata para piano Op.2, mov. nº1
Wiedersehen
Sonata para piano Op.2, mov. nº3
Frage
Sinfonía nº2 
Durch dich so selig
Sinfonía nº5
Umwölkter Himmel
Sonata para piano Op.90
Lächelt, ihr Sterne, ewig mir
Sonata para piano Op.2, mov. nº2
Sehnsucht
Sonata para piano Op.26
Gruss der Seelen
Sonata para piano Op.30, mov. nº2
An sie
Andante favori
Gesang der Peri’s
Sinfonía nº7

 

LPEstas piezas son servidas por dos músicos excepcionales en un registro que no sé si habrá sido reeditado. Es una rara joya que vale mucho la pena conocer, demostrando que estos homenajes de Silcher son todo, menos una chapuza. Revelan el dinamismo de una época de “cambio de mareas” en la música occidental, de qué modo las nuevas sensibilidades se abrían camino en cada estrato de la producción artística, en este caso la llamada canción culta, y cómo una concordancia de sensibilidad, jalonada por la admiración, pudo obrar una genuina “unificación alemana” en el arte (y por ende en los corazones) mucho antes de que pudiera conseguirlo la política.

Además, es seguro que estas páginas habrán obligado a más de alguno a preguntarse cómo pudieron vivir hasta ese momento sin saber de Ludwig van Beethoven...

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MP3 CBR 320 kbps | 44 kHz | .7z 57,3 MB

domingo, 18 de febrero de 2018

BEETHOVEN :: Novena Sinfonía :: Muti etc.

Beethoven en el estreno de su Novena Sinfonía

 
Atendiendo la petición de mi querido amigo Mahlerite-Shosta a raíz del anterior posteo sobre la Novena Sinfonía en Re menor, comparto la versión del maestro italiano Riccardo Muti dirigiendo a la Orquesta de Filadelfia y el Coro de Westminster en 1988 — con Cheryl Studer, Dolores Ziegler, Peter Seifert y James Morris como cuarteto vocal.

La Novena es abordada por Muti con rigor: obedece las repeticiones indicadas en la partitura, cosa notoria en el Scherzo (debido a que la práctica al uso es omitir las repeticiones o elegir cuál se obedece y cuál no); sus tempi son cuidadosos, y muy sofisticada su atención al detalle instrumental. Muti se muestra aquí como el gran director que realmente es y en aquella faceta que permitió muchas veces presentarlo como “rival” de Abbado, es decir, como el italiano con suficiente maestría para navegar con autoridad en el repertorio germano. (Más y mejor análisis de las cualidades y deudas de este director en el blog de Leiter).

Hablé de los tempi: me parecen muy particularmente adecuados en los tres primeros movimientos, y quizá no tanto en el último, que se me antoja extrañamente precipitado; eso sí, el coro se luce en ese movimiento incluso más que los solistas, a excepción de la gratificante soprano. El movimiento inicial, con su genial concisión temática, su áspera expresividad y la potencia que brota en gran medida de la propia lógica estructural, es llevado con solvencia y belleza irreprochables, incluyendo un momento de verdadero estallido orquestal. El scherzo es otra joya de interpretación, con perfecto balance en todas las secciones. El Adagio suena bellísimo, elocuente y con sutilezas de fraseo y timbre que seguramente deben mucho al oído italiano, con instinto para destacar voces (instrumentales en este caso) y darles el acompañamiento justo.

Espero que disfruten tanto como yo esta grabación de referencia:


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MP3 CBR 320 kbps | 48 kHz | .7z 153,5 MB

domingo, 4 de febrero de 2018

BEETHOVEN :: Novena Sinfonía “Coral” :: Giulini etc.

Este año quiero compartir una obra que, si bien conocidísima, me inspira un profundo afecto. Lo último se debe a memorias dolorosas y sin embargo, abiertas a la esperanza que marcaron esta obra en mi mente — me refiero a la Novena Sinfonía de Beethoven y me refiero asimismo a la enfermedad que se llevó a mi querida madre de este mundo.

La Novena, como se sabe, es un testamento luminoso: el corolario de la obra se basa en la Oda a la Alegría de Schiller, poesía llena de humanismo romántico, algo con lo que Beethoven concordaba enfáticamente. Subrayo el énfasis porque el compositor, cuando escribió esta obra, tenía muchos más motivos para la amargura antes que para la alegría.

Sobre esto, queda todo dicho en el siguiente párrafo:

A un joven director de orquesta, muy aplaudido por su interpretación de las sinfonías de Beethoven, se le preguntó por qué no tenía la Novena en su repertorio.

Respondió: “Porque todavía me falta vivir mucho para tener claro, dentro de mí, por qué un hombre enfermo, sordo, solitario y pobre llegó a poner música a la Oda a la Alegría de Schiller”.

Pues bien, cuando era un chiquillo mi compositor absoluto fue Beethoven. Su música despertaba en mí un entusiasmo inapelable. Bosquejaba su rostro taciturno en mis cuadernos, leía sobre él, contaba lo que podía a mis compañeros de colegio, me mantenía al acecho de sus composiciones en la radio... Era una conmoción. Pero en aquellos días vino también el cáncer a atormentar por primera vez la vida de mi madre. Esa primera batalla se saldó con una victoria gracias a tratamientos y quirófano. Me tocó acompañarla a sus sesiones de quimioterapia, y por supuesto alentarla. Pero quien me alentaba a mí era Beethoven. En mi walkman llevaba la Novena (versión de Karajan & Filarmónica de Berlín, 1963) y canturreaba el himno final constantemente. Fue eso, junto al refugio de la oración y la fe (también representados por Beethoven en el Adagio del tercer movimiento), mi mejor conexión con la tesis fundamental de la obra: hay esperanza, hay motivos para la alegría, y la adversidad no hace sino purificar esa alegría.

Uno de mis tantos dibujos en los cuadernos del colegio...

Años después, cuando el cáncer regresó, sucedió que una emisora de música clásica que en casa era compañía habitual desde los tiempos de mi abuelo, Radio Andrés Bello, puso punto final a su trayectoria. En la última emisión, que pudimos escuchar con mi madre, sonó la Novena Sinfonía (versión de Riccardo Muti y la Orquesta de Filadelfia). Otra vez la misma obra, esta vez con los acentos puestos en aquello que perdura más allá del cerco del tiempo.

Estas evocaciones surgen en mi interior cada vez que regreso a la Novena. Comprenderán pues, el vínculo que tengo con la obra, más allá de su objetivo valor musical y de mi admiración hacia cada uno de los cuatro movimientos.

En esta ocasión les comparto la Sinfonía más trascendente de Beethoven en versión del maestro Carlo Maria Giulini dirigiendo el Coro y la Orquesta Sinfónica de Londres. Su equipo de voces solistas lo componen: Sheila Armstrong, soprano; Anna Reynolds, contralto; Robert Tear, tenor; John Shirley-Quirck, bajo. El registro procede de 1973. Giulini hace valer sus méritos legendarios como director equilibrando la potencia, rasgo que lo caracterizaba en el período de la grabación, con tempi espaciosos que emplea para cuidar los detalles, destacar las emociones abruptas del último período beethoveniano, atender los detalles estructurales e instrumentales de la composición.

Sus cuatro movimientos justifican el entusiasmo; Furtwängler observaba que la inspiración de Beethoven se mantiene al mismo nivel en todos ellos, aun con sus notables diferencias y sus muchas originalidades. Y además, agrego yo, contra la dificultad añadida de una gestación larga y afanosa como pocas.



» D E S C A R G A

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jueves, 1 de febrero de 2018

In memoriam NICANOR PARRA


Hay un día feliz


A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mí singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!


de “Poemas y Antipoemas”, 1954


 
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