domingo, 16 de octubre de 2016

FURTWÄNGLER · Conversaciones sobre Música

El reciente Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan, al margen de las encendidas disputas que sigue alentando en las redes sociales, me ha dado la idea de compartir aquí algo de literatura —en su acepción amplia y verdadera— venida de un músico extraordinario, esta vez Wilhelm Furtwängler hablando sobre música con Walter Abendroth:

El compositor y la sociedad


Abendroth: Hoy la política pretende que el arte se adapte a ella, que la sirva. En cualquier caso, no se puede negar que, hasta cierto punto, el arte está sujeto a limitaciones nacionales.

Furtwängler: Es cierto que el arte, y en particular la música, que en mayor grado que cualquier otro arte da noticia de la realidad interna de los pueblos, está sujeto de alguna forma a limitaciones nacionales. No obstante, lo está de una manera diferente de la que suelen imaginarse los políticos. El arte no tiene nada que ver con mercados de consumo, doctrinas, democracia, comunismo, etcétera. Tampoco habla de los pueblos que practican una política imperialista y llevan a cabo conquistas. No tiene nada que ver con el odio entre los pueblos, sea cual sea la razón, el lugar y el modo en que aparezca. Nada dice de la política de una nación—política siempre efímera—, pero sí de su eterna esencia. No habla del odio de una nación, sino de su amor. Habla de las personas, cuando son «ellas mismas», cándidas, confiadas, sencillas, orgullosas, partes de una humanidad feliz que abraza a todos. Por diferentes que sean las naciones europeas—tan diferentes como sólo pueden serlo las verdaderas individualidades—, las une un vínculo común, invisible, subterráneo. En este sentido podemos incluso decir de la música, este «último» arte de Europa, que tiene una eminente función política. La música, al parecer la más irreal de las artes, nos ofrece, más que cualquier otra, la prueba más profunda y definitiva de que «Europa» no es una manía, ni la invención de un cerebro ocioso. En ninguna otra parte el alemán se acercará al italiano más abiertamente, con menos reservas, nunca lo comprenderá mejor que en las obras maestras de Rafael, Ticiano, Verdi. En ninguna otra parte parecerá el ruso más inteligible y amable que en sus grandes escritores y músicos. ¿Y dónde el enigmático alemán se comprenderá mejor a sí mismo, dónde será mejor conocido y... amado que en Bach y Beethoven, en Schubert y Mozart?

A: A pesar de todo no se puede negar que la división en naciones, tal como se ha ido configurando en el curso del tiempo, se hace notar con más y más fuerza también en la vida musical. La música alemana y la francesa son muy diferentes hoy una de otra, tanto en la forma como en el fondo.

F: Por supuesto, como debe ser con las individualidades. Hay separación, conflicto y tensión entre ellas, pero también muchas cosas en común, esferas en las que no se tienen por extrañas una a la otra, sino como un complemento. Lo demuestra la historia de la música en Europa. ¿No conquistaron el «mundo» igualmente Wagner, Bizet y Verdi? Y hablando de Alemania, músicos puramente alemanes como Bach, Beethoven y en cierto modo más recientemente también Brahms, ¿no se convirtieron en figuras comunes a toda Europa?

Overbeck Alegoría de Italia y Alemania (1828) / Friedrich Overbeck

Desde luego, toda nación, como todo individuo, tiene tendencia a afirmarse a sí misma. Y si un día se creía y se esperaba que los modernos medios de transporte y las actuales posibilidades de contacto para un mutuo acercamiento pondrían fin a la separación de las naciones y al chovinismo, se equivocaban. Más bien parece que la existencia de numerosos puntos de contacto entre los pueblos ha tenido como consecuencia exactamente lo contrario a un mutuo entendimiento, esto es, el miedo a la influencia extranjera y con ellos una excesiva afirmación de la propia identidad. Esta autoafirmación—sea cual sea la base que pueda tener—no es lo que pretende ser, es decir, una señal de fuerza.

(…) No vamos a tener a menos el amor de los franceses por Debussy ni el de los alemanes por Bruckner. Pero, aunque fuera cierto que Debussy sólo puede ser enteramente apreciado por un francés y Bruckner, con su particular modo de ser, sólo por un alemán, esto no los haría mejores. Tendría más sentido concentrarse en los aspectos en los que ninguno de ellos es un simple exponente de una nación limitada, sino que los dos son músicos de toda Europa.

Furtwängler en el blog

lunes, 10 de octubre de 2016

BORODIN :: Sinfonía nº 2 etc. / Loris Tjeknavorian

Bilibin Príncipe Igor

BORODIN es un apellido conocido y respetado en la música clásica. Está asociado al exotismo dentro del exotismo, vale decir, a una radiante vena asiática dentro de la música rusa. Aleksandr Porfírievich Borodín —tal fue su nombre— llevaba en su propia sangre ese ingrediente “exótico”: culturalmente ruso, era hijo ilegítimo de un príncipe georgiano, Luka Gedevanishvili, que según las costumbres de entonces registró al vástago con el apellido de un sirviente suyo, pero se ocupó siempre de él y no lo olvidó en su testamento.

La esmerada educación del joven Borodín incluyó lecciones de piano y música que develaron pronto su innata facilidad, a la que él mismo no prestó demasiada importancia. En cambio eligió la carrera de medicina y la especialización de química. En este campo contribuyó de manera brillante: en 1861 descubrió la llamada reacción de Borodín-Hunsdiecker; al año siguiente sintetizó el primer compuesto orgánico fluorado, el fluoruro de benzoílocon; y en 1872 llegó al descubrimiento de la reacción aldólica, hasta hoy una herramienta fundamental para la industria química.

Pero la música persistía en su interior. Seguía siendo un amado pasatiempo —siempre se consideró un científico aficionado a la música— hasta el día en que tomó contacto con el puñado reunido en torno a Mili Balákirev. Eso alimentó por fin su llama creadora: junto a su amigo Mussorgsky, Borodín fue quien mejor perfiló una nítida personalidad artística, firmando obras extraordinarias que, por desgracia, no fueron muchas; el músico sólo aparecía cuando el científico descansaba (y esto no sucedía a menudo). Para colmo de males, su frágil salud fue fulminada repentinamente durante un baile en la Academia de Medicina, el 27 de febrero de 1887, por una rotura de aneurisma de aorta. Tenía 53 años de edad.

Destellos de Oriente en la Escuela Rusa

En su catálogo —donde la alta calidad compensa, y mucho, la brevedad— Borodín logró cualidades notables que lo diferenciaron de sus colegas. En primer lugar, fue el miembro del Grupo de los Cinco que más se orientó hacia la “música absoluta” o abstracta, escribiendo sinfonías (dos completadas y una tercera inacabada) y música de cámara (tríos, cuartetos, quinteto con piano y sexteto para cuerdas, canciones y música para piano).

No desdeñó el poema sinfónico (“En las Estepas del Asia central”) ni la ópera (“Príncipe Igor”).

En todas partes dejó la huella de una segunda gran característica: la belleza de su inspiración melódica, llena de un profundo lirismo. Su producción abunda en episodios inolvidables; hasta Hollywood se fijó en ellos. ¿Ejemplo? La famosa canción que entona el personaje masculino en esta película de 1955...

Quitando el exceso de almíbar y la refundición de estilos made in America, subsiste aún la inspiradísima melodía de las Danzas Polovtsianas. El filme se llama “Kismet”, de 1955, y se basa en el musical homónimo de 1953, con adaptación musical de Robert Wright y George Forrest a partir de música de Borodín. Ambos supieron ver la idoneidad del compositor para ambientar una trama oriental; justamente ahí está un gran aporte de nuestro músico a la Escuela Rusa, como precisa Josep Pascual:

“Borodin fue artífice de una música netamente nacionalista, fiel al ideario de los Cinco, inspirándose a menudo en el folclore eslavo en general y ruso en particular (entendido éste de un modo amplio, incorporando en sus obras un exotismo, en absoluto superficial, que bebe de las tradiciones orientales y que influyó considerablemente en su lenguaje armónico, considerado con razón como precursor del impresionismo francés).”

Tjeknavorian Vamos a la música. Esta vez escucharemos música de Aleksandr Borodín en versión del maestro armenio-iraní Loris Tjeknavorian dirigiendo la National Philharmonic Orchestra.

Sobre esta orquesta hay que saber que no existe... o más bien, sólo se reunió en estudios de grabación del sello RCA a contar del año 1964. Utilizó también otros nombres, como «RCA Victor Symphony Orchestra» o el más conocido «London Promenade». En los años que duró, mantuvo siempre un alto estándar de calidad; reclutó sus componentes de las mejores orquestas británicas, particularmente la Filarmónica londinense, y conoció ilustres batutas en su podio.

discoEl presente registro se compone de una memorable selección de música de Borodín, comenzando con la Sinfonía número 2 en Si menor, considerada la mejor de las tres que alcanzó a escribir. A continuación oirán el cuadro orquestal «En las estepas del Asia Central», significativamente dedicado al creador del poema sinfónico, Franz Liszt. Aquí Borodín despliega de manera magistral sus capacidades como fino orquestador —mucho más transparente en sus combinaciones que los demás maestros rusos, salvo Chaikovsky—, su ya mentada belleza melódica y una mano muy segura para crear efectos como el inolvidable contrapunto de temas en la sección final.

Por fin, el registro concluye con una selección instrumental de la ópera «El Príncipe Igor», obra maestra inconclusa del compositor que fuera terminada por dos geniales amigos, Rimsky-Korsakov y Glazunov, quienes habían acompañado su largo proceso de gestación (de 1869 a 1887). Aquí están presentes la Obertura —cuenta la leyenda que Glazunov salvó para la posteridad esta pieza gracias a su memoria excepcional: en los papeles de Borodín no apareció la obertura de la ópera, pero Glazunov la había escuchado al piano tocada por el difunto compositor para sus cercanos, y así pudo reconstruirla cabalmente...— seguida por una poco escuchada Marcha polovetsiana, que condensa el barbarismo del pueblo nómada al que debe derrotar el protagonista; por fin, el registro concluye con las célebres Danzas polovetsianas, sumándose a los intérpretes el «John Alldis Choir».

» D E S C A R G A

MP3 ABR ~ 224 kbps · 48 kHz | 9 tracks | .7z 113,8 MB | Yandex.ru

martes, 4 de octubre de 2016

Día de la Música (en Chile)

Los Jaivas

Hoy se celebra en Chile el “Día Nacional de la Música Chilena”, que coincide con el natalicio de Violeta Parra Sandoval, inmensa artista popular que supo darle formulación universal a las melodías que brotan en la sencillez de los campos y paisajes del país; melodías que ella salió a buscar en su momento, embebiéndose de autenticidad (una hazaña que me recuerda siempre las aventuras tan similares de Bartók y Kodály a la caza del folklore de su propio país, allá en Europa).

Sumándome al festejo cuelgo en esta página la canción “Mira Niñita” de Los Jaivas, mítico grupo chileno de proyección internacional. Difícil elegir una sola etiqueta que pueda resumir su estilo, aunque su nicho más frecuente es el folk-rock con una calidad que lo sitúa fácilmente en el rock progresivo. Esta canción en concreto recorre apenas tres acordes, Fa-Do-Sol, en una hipnótica repetición que abre espacios para el lucimiento de guitarras y percusión, además del piano. A eso se suman otros timbres como la flauta dulce y el sintetizador con sonido de campanas que evoca una ronda infantil. La críptica letra fue escrita por el propio vocalista, el “Gato” Alquinta, sin nunca develar el trasfondo de su inspiración. Este conjunto de elementos les alcanza a Los Jaivas para firmar una de sus más inolvidables creaciones:

lunes, 3 de octubre de 2016

In Memoriam Sir NEVILLE MARRINER

Sir Neville MarrinerSir Neville Marriner se mantuvo siempre lejos de la imagen de divo de la batuta

Nos deja otra leyenda de la dirección orquestal: ha fallecido Neville Marriner (* Lincoln, [Inglaterra] 15 Abr. 1924 ~ † 2 Oct. 2016). Tenía 92 años de edad y aún seguía activo, protagonizando una de las trayectorias más longevas de su oficio. Vital, optimista, entusiasta, su perdurable juventud desmentía los años que acumulaba.

Su nombre está grabado a fuego junto a su famosa creación, la orquesta de cámara Academia de St. Martin in the Fields, formada con amigos de la Sinfónica de Londres cuando el propio Marriner era un violinista de profesión. No era director; aquel pequeño conjunto de cuerdas estaba formado por amigos que hacían música por puro placer. Sólo después comenzaron a ofrecer sus interpretaciones ante el público en la iglesia anglicana consagrada a San Martín, cuyo nombre acabarían adoptando.

Marriner merece figurar entre los artistas que marcaron rumbos en la música clásica del último medio siglo. Grabó incontables discos (todos quienes amamos el repertorio clásico tenemos al menos un registro suyo) demostrando siempre una portentosa calidad. Especialmente cercano para él fue Mozart, tanto, que supervisó la propia banda sonora de la película Amadeus —banda sonora que es uno de los muchos méritos del filme de Milos Forman—.

Con pesar despido a este gran maestro que se marchó súbitamente la madrugada del sábado pasado, pero nos enriqueció con un legado cuantioso. Eterna gratitud por eso, Sir Neville Marriner.

 
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