sábado, 30 de mayo de 2009

KORNGOLD, EL PRODIGIO OLVIDADO


Korngold
Erich Korngold

Didácticamente hablando, la mejor manera que se me ocurre para presentar a Korngold es la siguiente ficción:

Imagínense que Mahler no muere en 1911. Sobrevive como creador activo pero, a los pocos años, el antisemitismo se ceba con la brillante intelectualidad ashkenazy (los judíos centroeuropeos). Nuestro Mahler pierde su categoría, su prestigio, su trabajo y acaba marchándose a un país extranjero (EE.UU.). Allí experimenta una desolación artística: las convenciones culturales maduradas durante siglos en Europa, de las cuales se nutre su lenguaje personal y lo justifican como artista... todo eso queda atrás, sumido en la guerra.

Como si fuera una perla que ha rodado muy lejos de su anillo, nuestro alter-Mahler siente un escalofrío de incertidumbre. Pero una pujante industria que ya antes había recurrido a su talento llama otra vez a la puerta. Es el cine, que viene a pedir su música. Este rubro artísticamente modesto no es lo que esperaba un admirador de “El Anillo del Nibelungo”; pero también Wagner compuso para el vodevil, y nuestro héroe no tarda en recuperar la voz. El talento de antaño florece de nuevo en una adaptación imprevista —pero magnífica— que le merece laureles made in America. Sucederá entonces algo más: sus bandas sonoras, escritas con maestría de cuño posrromántico, aparte de prestigiar el oficio y alzarse por sí solas como obras maestras, inauguran una veta de estilo que se prolongará hasta las grandes bandas sonoras sinfónicas de nuestros días.

Pues sí; yo creo que los grandes soundtracks orquestales (los de Max Steiner, Alfred Newman, Bernard Herrmann, Miklos Rosza, Basil Poledouris, John Williams...), elemento irrenunciable para toda superproducción que se precie, serían irreconocibles sin ese genio exiliado que injertó en el cine sus propias tradiciones culturales. Será por eso que cuando hago sonar una sinfonía mahleriana, un poema sinfónico de Strauss o hasta una sinfonía de Bruckner, siempre alguien comenta: “...parece música de película...”



El Mahler hipotético, claro está, es Korngold. Erich Wolfgang Korngold, niño prodigio, judío proscrito, creador genial y hombre desafortunado. Checo de origen, sus inmensas dotes musicales reclamaban un aprecio que sólo fue pagado a medias por su época.

Su peculiar biografía artística se escribió en zig-zag: fama y admiración acumuladas en la niñez y primera juventud, arrebatadas después por el trágico remolino de cambios y confusiones que sacudieron el siglo, y nuevamente recuperadas en la madurez, pero ya en otro suelo y bajo otros términos. El reconocimiento precoz a su fenomenal capacidad (fue un maestro nato, uno de los niños-prodigio más espectaculares de la historia) se trocaría más tarde en desprecio bajo el odioso rótulo de músico degenerado. Korngold se vería forzado a emigrar como tantos otros, ya fueran judíos o no. En cierto sentido su partida se prolongó todo el resto de su vida. Acabada la Segunda Guerra regresó a su querida Austria, ávido por retomar el camino que los nazis habían interrumpido... pero el nuevo mundo musical lo desconoció. Pertenecía a un universo desaparecido, le dijeron, reemplazado ahora por una experimentación radical que trataba de ser un nuevo comienzo. Korngold no estuvo dispuesto a una capitulación de sus ideales estéticos, y volvió a Estados Unidos.

Allá murió.

Viena, la bipolar, le rindió tributo post-mortem izando a media asta la bandera del edificio de la Ópera. La viuda del compositor se limitó a comentar: “Es un poco tarde...”.

No me tomen al pie de la letra cuando a Korngold lo disfrazo de Mahler porque no son equivalentes exactos, si bien comparten el contexto cultural austro-húngaro y tardorromántico. Recordemos eso sí que el bueno de Gustav, hoy al fin célebre, era una figura señera en medio de una floración muy amplia. Mahler falleció tempranamente, pero Korngold pudo vivir lo suficiente para descubrir que no los aguardaba un radioso porvenir. El siglo XX fue el siglo de las confusiones; la música no fue la excepción, dividida contra sí misma como una Babel. Buena parte de los radicales que se opusieron a Korngold no fueron sino flores de un día, o perdieron el don de interpretar el corazón de los hombres. El público, hastiado, devolvió su favor y sus aplausos a los que un día injuriara como “músicos decadentes”, esos tercos devotos de la belleza. Hoy, cuando la pugnacidad de las antiguas vanguardias se ha marchitado, la música de los post-románticos como Korngold pueden jactarse de disfrutar una espléndida lozanía.


cover korngold“The Sea Hawk”, filme de 1940, fue ocasión para una de las más opulentas creaciones de Korngold. Esta banda sonora brinda a la película una nueva entidad, y puede desprenderse de la pantalla fácilmente. Lo demostraron en Moscú: el año 2005 la Orquesta y Coro Sinfónicos de la capital rusa, bajo la batuta de William Stromberg, grabaron la partitura integral compuesta por el genio checo para la película protagonizada por Errol Flynn. Ésa es la grabación que hoy comparto aquí.

miércoles, 27 de mayo de 2009

GUIDO Y EL CUERVO



Guido d’Arezzo y Elcuervolopez
artículo de Elgatosierra


Este post tiene, fundamentalmente, una doble finalidad: primero es un homenaje a Elcuervolopez; y a la vez hacemos votos por su pronta y definitiva recuperación. Y es que en cierta ocasión él mismo comentó, en su blog, a propósito de un post sobre Bach:

“Y el abuelo es Guido d’Arezzo que sin su

Ut queant laxis,
Resonare fibris,
Mira gestorum,
Fámuli tuorum,
Solve polluti,
Labii reatum,
Sancte Ioannes.

vaya uno a saber en qué rumbos andaríamos ahora”.

¿Quién fue Guido d’Arezzo y a qué se refería nuestro ‘imponente blogger’ con su comentario?


Guido de Arezzo (Guido d’Arezzo, en italiano; Guido Aretino, en latín) fue un monje benedictino y teórico musical, figura fundamental de la música de la Edad Media.

Nació en Arezzo el año 990, y falleció en Avellano el año 1050.
Perfeccionó la escritura musical con la implementación definitiva de líneas horizontales para la fijación de las alturas de sonido, creando un sistema cercano al que utilizamos en la actualidad, y dejó obsoleta la notación neumática. Finalmente, después de ensayar varios sistemas de líneas horizontales se decidió por el pentagrama griego.

Guido de Arezzo es también el responsable de los nombres de las notas musicales. En la Edad Media, las notas se denominaban por medio de las primeras letras del alfabeto: A, B, C, D, E, F, G (comenzando por la actual nota la).

En aquella época solía cantarse un himno a San Juan Bautista, conocido como Ut queant laxis, y atribuido a Pablo el Diácono, que tenía la particularidad de que cada frase musical empezaba con una nota superior a la que antecedía.


Guido tuvo la idea de emplear la primera sílaba de cada frase para identificar las notas que con ellas se entonaban.

Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes

(Para que puedan,
Con toda su voz
Cantar tus maravillosas
Hazañas estos tus siervos
Deshaz el reato de
Nuestros manchados labios
¡Oh, bendito San Juan!)


Guido de Arezzo denominó a este sistema de entonación solmisación, y más tarde se le denominó solfeo, tal y como es conocido en la actualidad.

Mucho más tarde, a finales del siglo XVI, fue introducida por Anselmo de Flandes la séptima nota, que recibió el nombre de SI (de Sancte Ioannes). Guido no la había considerado pues su sistema se basaba en hexacordos, es decir, grupos de seis notas.

Posteriormente, en el siglo XVII, Giovanni Battista Doni sustituyó la primera nota UT por DO, pues esta sílaba, por terminar en vocal, se adaptaba mejor al canto.

Los países donde no llegaron los músicos latinos siguieron con el antiguo sistema de las letras del alfabeto: tal es el caso de los países anglosajones, Alemania, los países escandinavos, etc.

Y a esto es a lo que creemos que se refería nuestro amigo con su comentario.

Larga vida para Elcuervolopez.
Salud, paz y una sonrisa por favor.

Elgatosierra
Fuentes fundamentales:



lunes, 25 de mayo de 2009

SCHUBERT: UNA SINFONÍA INCONCLUSA

Gafas de Schubert


»No hay una sola canción de Schubert que no nos enseñe algo«
B R A H M S

Tiempo atrás esa celebridad apodada Cuervolópez me reclutó junto a otros para una idea muy inspiradora: describir nuestra relación personal con un autor clásico, concediéndonos la inaudita libertad de elegir al autor (!).

Bromas aparte, la petición me puso en aprietos. Para quien tenga la fortuna de zambullirse en el océano de la música clásica, elegir un solo favorito es un acto de infidelidad. Ningún creador es intercambiable. Época tras época los estilos se suceden unos a otros, las especias musicales se combinan, las buenas ideas se reciclan o se saquean, pero así y todo, nada es redundante; cada época es la cuna de obras propias, de una particular gama de sentimientos e ideas. Las habrá más modestas o más imponentes, más heroicas o más íntimas, más profundas o más triviales, pero todas atesoran algo parecido a un “alma”, una especie de chispa comunicada por su creador, que las hace irrepetibles y perdurables.

No tardé mucho más en decidir; si el talento de un compositor consiste en estampar su alma en sus obras, pocos pudieron hacerlo al modo de Franz Peter Schubert.

Aun así, no siempre experimenté el mismo entusiasmo.

* * *

Cuando uno es niño, el mundo sólo tiene una frontera: la que divide lo que nos gusta de lo que no. Schubert estaba en “lo que no”; había tenido la mala suerte de oír algún cuarteto suyo en la radio de casa… y aquella primera impresión no fue feliz. Hay poco feeling entre un niño latinoamericano y una abstracción germánica. Así fue como asocié el nombre “Schubert” a formalismo, adornos “rizados”, lejanía académica, en suma, artificio.

Opinión infantil que se vendría abajo con tres “golpes”.

Schubert silueta
Silueta de Schubert al piano

El primero llegó desde la misma radio, que cierta tarde liberó un piano hipnótico. Eran los impromptus. Hasta conseguí las partituras para conocerlos mejor; tanto me fascinaron. Se percibía en ellos la fluidez de un auténtico iluminado, comparable a Mozart en facilidad creativa pero con menos escuela, menos andamiaje, y por eso más espontáneo. Schubert, por fin lo entendía, no tenía el desborde imperativo de Beethoven, sino una inspiración bullente y lozana que salía en busca de los hombres para cantar con ellos.


Impromptu en Fa menor, D 935: precisamente la parte que me deslumbró.

Sus canciones fueron el segundo “golpe”. Desconfío de la popularidad pero, intrigado por la fama incombustible de los lieder schubertianos, adquirí un disco con el Schwanengesang y otros a cargo de la dupla Fischer-Dieskau & Gerry Moore. Cada lied me llegó de manera desigual, unos más y otros menos, pero la música que habitaba en ellos fue una nueva revelación.


‘Margarita en la Rueca’, una de las más admirables canciones que nunca escribiera nadie... y menos aún con escasos 17 años de edad.

Por encima de su evidente belleza, los lieder me parecieron “frutos de vida interior”; esto es, obras gestadas en el seno de una mente riquísima, concebidas de un solo plumazo, esencial e irrevocable, al modo de esos sueños que uno reconstruye claramente al despertar. De aquí proviene esa sensación de “facilidad” a que antes aludí. El esfuerzo no es un rasgo que distinga a Schubert como sí ocurre en Beethoven o Brahms, mucho más artesanos de su propia inspiración.

¿El tercer golpe? Schubert en la orquesta. La obertura de Rosamunda, prototipo sinfónico que reúne poder y delicadeza, tomó mi cabeza por asalto, junto a la trompa inaugural de la Sinfonía en Do mayor (“la Grande”); ni qué decir la Sinfonía “Inconclusa”, un prodigio que siempre superará a una larguísima lista de otras sinfonías que a falta de inspiración, acumulan movimientos.


Sinfonía Inconclusa, en versión de Szell. La famosa melodía de los cellos.

Algún musicólogo ha dicho que la instrumentación no siempre es lo mejor de Schubert, pero su sensibilidad con las maderas y los violonchelos, amén de la trompa, es innegable. Tres timbres que, curiosamente, son muy afines al registro de la voz humana, el instrumento de los lieder. Otra baza de Schubert es su maestría como constructor musical, junto a una capacidad innata para manejar el lenguaje sinfónico, adecuándolo hasta comunicar su propia identidad. Conseguir eso en la misma época y la misma ciudad de Beethoven, es doblemente admirable.

Schubert tiene un sello: su melodía. Ella es “la sangre” que circula en sus obras, la llave maestra que resuelve la composición. Arrau dijo (y otros también) que todo canta en Schubert. Es perfectamente cierto. Pero hay más que sólo melodía; creo que estamos tan acostumbrados al “cromatismo” que se abrió paso desde Chopin hasta los últimos límites del posrromanticismo, que solemos advertir poco la capacidad schubertiana en estas faenas, cuando precisamente junto a la melodía, su sello más personal es su manejo armónico, lleno de geniales modulaciones (=el movimiento entre armonías afines) que se aventuran a veces más allá de las siguientes dos generaciones en Alemania (salvo Beethoven, claro, que con la “Gran Fuga” se saltó todo el resto del siglo XIX).

Me falta añadir todavía algo más. Algo que en mis oídos lo distingue a él, a Mozart o a Mahler. Estos tres —cada uno a su modo— lograron representar la presencia simultánea del dolor y la alegría. Una duplicidad tan sutil como la definición de la ópera Don Giovanni (dramma giocoso) y que, al final, retrata las ambigüedades de la vida misma. Schubert deambula del modo mayor al modo menor y viceversa; sus músicas, aunque sean tristes, en algún momento ríen, y si son alegres, en algún momento se entristecen; pero lo hacen de forma natural, orgánica, en un perfecto “sfumato” de emociones integradas y en continuo movimiento. Vivificó la esencia de la melodía, y en eso dejó impreso el sello de su genio. Se dirá que todos los compositores se deslizan entre el modo mayor y el menor. Es verdad, pero Schubert sabe hacerlo de manera imprevisible. Y sin desintegrar el canto.

Curiosamente, Schubert fue un genio de numerosas obras inacabadas, que pese a todo resultan coherentes y perfectas. La Sinfonía apodada “Inconclusa” es la más clara muestra: quizás una de las mejores sinfonías jamás compuestas, le bastan sus dos únicos movimientos para plantarle cara a la eternidad. Pues bien, la propia vida de este gran artista se incluiría en la lista de obras magníficas sin acabar... y sólo después nos daríamos cuenta que sí estaban completas. A ese gran bohemio, amigo de la noche vienesa, le bastaron sólo 31 años para lograr la inmortalidad. Eso es una vida plena.

Schubert y amigos
Franz retratado junto a dos buenos amigos

* * *

Si Beethoven murió escribiendo cuartetos, Schubert lo hizo escribiendo canciones. Nada mejor que homenajearlo con ellas… y con un guiño al mundo mahleriano que caracterizó al difunto destinatario original de estas líneas, Elcuervolopez. La “estrella” para compartir en este “post” es el disco de canciones schubertianas con acompañamiento orquestal, al estilo del Lied Sinfónico que Mahler consagraría. Thomas Quasthoff y Anne Sophie von Otter deleitan con grandes interpretaciones, “arropados” por la Orquesta de Cámara Europea bajo la batuta de Claudio Abbado. Dejémonos llevar a las cimas de la belleza, en las alas de Franz Schubert.

pinchar en la tapa del disco, al costado.

domingo, 17 de mayo de 2009

RIMSKI Y EL ASOMBRO

A veces me pesa haber dejado atrás la infancia. No me agobia el paso del tiempo, pero sí añoro el deslumbramiento que entonces llegaba fácil, pleno, revelador. En esa edad, cuando el mundo es nuevo, uno puede experimentar todas las posibilidades del asombro.

Luego las desilusiones proyectarán sobre ese mismo mundo la sombra del escepticismo, opacando la claridad de nuestra primitiva inocencia. Los hábitos mentales de Occidente nos enseñarán después a cuestionarlo todo, hasta que cada sonrisa se dibuje con un ribete de ironía. Esta postura nos dirá que contemplamos, ahora sí, la realidad tal cual es, vulgar, insípida, ingrata, negando a la imaginación y el color cualquier utilidad; pero justamente así es como nos arrancamos las alas. Nos hemos vuelto deliberadamente incapaces de genuino asombro, y por ello, nos apagamos en una gris monotonía.

Que para ver la verdad haya que usar el lente de la Amargura, no lo creo. Estoy convencido de lo contrario: para adquirir un mínimo ajuste al universo que nos rodea (definido por su inmensidad) es preciso dejarnos arrebatar por el entusiasmo.


Monumento a Rimsky

Todo esto es una imprevista y bastante confesional manera de presentar a Nikolai Rimskiy-Korsakov, estupendo músico ruso y uno de los mayores maestros que ha conocido el arte de la instrumentación. Basado en su buen gusto, su intuición y su sinestesia —esa curiosa aptitud para percibir sensaciones “intercambiadas”, pudiéndose oír colores o saborear sonidos— Rimskiy formuló una orquesta originalísima, llena de vuelcos sonoros tan bien logrados que sólo cabe... por supuesto que sí: el asombro.

En el verano de 1888 Rimskiy empleó antiguos cantos de la Iglesia Ortodoxa y sus evocaciones personales para crear la obertura de concierto “La Gran Pascua Rusa” Op. 36, dedicada a la memoria de dos amigos fallecidos, Borodín y Músorgskiy.

rimskyDon Nikolai explicaría luego que “en esta obertura se combinan evocaciones de las profecías evangélicas con un cuadro de la fiesta de Pascua, con sus regocijos paganos. En ella se reproduce el legendario y gentílico aspecto de la fiesta; la transición del misterioso y sombrío atardecer del Sábado de Pasión al júbilo pagano-religioso de la mañana del Domingo de Pascua”.

Se trata de una manifestación orquestal de percepciones sutiles, intuitivas, como si Rimskiy, al recrear el ambiente de la Misa del Gallo, quisiera hacer visible lo invisible, es decir, la dimensión extranatural que sobrevuela la ceremonia.

En la introducción utiliza los cantos litúrgicos “Dios resucitará” y “El Ángel habló”, referidos a la profecía de Isaías sobre la Resurrección de Cristo. Ambas melodías imprimen un sello arcaico, “milenario”, a la obertura y reaparecen una y otra vez imitando la entonación del sacerdote. La pieza se nutre además con otras reminiscencias: el misterio de la vida renacida, la transición desde la oscuridad a la luz, el incienso y el eco de las campanas, las voces gruesas de la multitud y los clérigos yuxtapuestas a la espontánea religiosidad popular, que Rimskiy denomina “pagana”, etc.

Detrás y por encima de todo aquello, en la obertura palpita el Asombro ante el Misterio. Quizás sea la razón por la que esta poderosa obra me ha parecido siempre asombrosa y al mismo tiempo, asombrada.

Se las dejo al pie de página, en la vibrante interpretación de Leopold Stokowski, autoridad en este repertorio.


BACH POR LOS SUELOS...

Bach es muchas cosas: profundo y cerebral, poético e inspirador, irrepetible e inagotable... pero ¿bailable? Por cortesía de GatoSierra nos llega el aviso de que en YouTube así lo han demostrado. O al menos eso intentan. Sospecho que Helmut Walcha sufriría un alza de presión, y Fritz Reiner acudiría al lugar para practicar tiro al blanco.


viernes, 8 de mayo de 2009

EL QUÍMICO QUE COMPONÍA



Aleksandr Borodín (1832-1887) fue una paradoja. Compositor de enorme potencial desaprovechado, fue capaz de desarrollar con altura una carrera científica y otra artística. Médico cirujano y químico, gozó de fama por sus descubrimientos e innovaciones, llegando a fundar una escuela de medicina para mujeres; pero su talento científico acaparó la mayoría de su tiempo, reservando sólo un limitado caudal de tardes libres a la otra mitad de su dividido corazón: hacer música. Una lástima, pues sería esto último lo que aseguraría su trascendencia.



Бородин (Borodín), genio científico y musical: la envidia del Dr. Lecter

Falleció a edad temprana —colmo de males— víctima de un fulminante ataque cardíaco; no obstante, su legado musical sigue vigente hasta hoy. Y eso no lo logra cualquier compositor. Al oír sus creaciones, sorprende recordar que sólo se dedicaba a ellas como quien cultiva un amado pasatiempo. De hecho, se ha comentado que Borodin tiene el menor producto musical con el más alto promedio de excelencia para cualquier compositor.

Así pues, y gracias a la generosidad de Gato Sierra, un apreciado amigo, comparto la integral de sus sinfonías y otras obras bajo la batuta estupenda de Gennady Rozhdestvensky. No necesitan deletrear este apellido, sólo disfrutar su calidad.

Importante: se trata de dos discos en formato FLAC, de alta calidad. Descargar los drivers desde Internet es sumamente fácil, si acaso ya no los tienen. Si sirve de ayuda, recopilaré más tarde algunas direcciones desde donde bajarlos.

Pero ahora, BORODÍN. Los dos discos, abajo.




Aleksandr Borodín:
Sinfonías 1, 2 y 3 / Petite Suite / Danzas Polovetsianas / Dos piezas vocales
Filarmónica Real de Estocolmo / Gennady Rozhdestvensky

 
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